No todos los que nos quieren nos siguen, y hacen bien. No todos los que nos siguen nos quieren, y haremos bien en no esperarlo. Quien nos elogia tal vez tire la primera piedra cuando lleguen horas bajas; cuando, inevitablemente, suene la hora de la decepción.
Porque decepcionarse es fácil: basta con la esperanza, basta con el deseo. La vida tiene por costumbre llevarles la contraria. Entonces, quien nos parecía brillante o estupendo se aparece de repente como un pazguato o un canalla. No nos hacen falta muchas razones, esas ya las encontraremos por el camino: solo que se haya visto truncada la expectativa. «Nunca acabas de decepcionarte de los demás», lamentaba uno sin pensar en cuántas decepciones debía haber provocado él.
Ya lo dijo Romain Rolland por boca de su Colas Breugnon: «El hombre es un buen animal… pero mejor no esperar mucho de él». Mejor, desde luego, si uno no quiere decepcionarse demasiado. Deberíamos pedir esa indulgencia a todos los que nos halagan, para que nos la dediquen cuando llegue el momento. Las alianzas humanas son frágiles, tanto como los propios humanos que las mantienen. La fidelidad es una virtud porque está hecha a contrapelo de nuestra inconsistencia. No nos extrañe decepcionarnos, y aun menos decepcionar.
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