viernes, 27 de noviembre de 2020

Lo malo y lo peor

Que lo malo siempre pueda ser peor es una paradoja interesante.
Equivale a aquella que nos desconcertaba de estudiantes: para todo número siempre existe otro más grande. Ese «siempre» descomunal parece no tener sentido: es una versión más de la idea de infinito, que rueda hasta los límites de nuestro juicio y se desparrama por las penumbras de lo imaginario.


¿Son, por tanto, infinitas las posibilidades del mal? Sí, puesto que lo que no duele en el cuerpo clava sus espinas en la fantasía. Los males no tienen fin, dado que siempre podemos concebir otro peor, no porque objetivamente lo sea, sino porque lo es para nosotros. 

Esta reflexión ―algo lúgubre― puede parecer trivial, pero tiene importantes consecuencias. Siempre podemos sentirnos abrumados, pero también agradecidos; en todas las circunstancias se puede atisbar la suerte: basta comparar lo que nos sucede con lo que nos podría suceder. ¿Hay límite para ese optimismo, si se quiere un tanto forzado? Sin duda: el de nuestro aguante. Hay dolores que rozan el absoluto, al menos el de nuestra entereza. Pero a la vez, el optimismo puede ser tan ilimitado como el sufrimiento: basta con creerlo. Ante la desesperación, podemos pensar que siempre se puede aguantar un poco más, y ese poco marca la diferencia.

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