Lo malo de los liderazgos es que se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Desamparada cosa es destacar, como aseveraba Epicuro, sobre todo para quien no tiene buenos redaños y una piel bien curtida. No le faltarán enemigos ni ocasiones para ser acometido.
Si algo no se le perdona al guía es que tropiece, y con razón: un único traspié tendrá repercusión en muchos pasos. Y el que cae de más alto, se hará más daño. Quien es seguido acaba a menudo perseguido.
A veces la vida nos pone en lugares destacados entre los otros, y eso puede ser una oportunidad (para la inventiva, para el impulso, para el servicio, para el aprendizaje, incluso para el orgullo), pero siempre conlleva un peligro. No es extraño que la mayoría de la gente prefiera no despuntar demasiado: a quien está en el centro de las miradas se le verán más fácilmente los plumeros que nos salen a todos por algún sitio. La decepción se reserva para aquel de quien algo se espera.
Hay que pensarse bien eso del liderazgo. Lo seguro sería evitarlo siempre: Epicuro tenía razón. «Qué descansada vida…» Sin embargo, a veces cedemos. Hay quien hinca sus raíces en sí mismo y está hecho para aguantar: ese incluso disfrutará. Pero para el sufridor, destacar será ante todo una ocasión de sufrir más.
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