sábado, 13 de febrero de 2021

Ficciones

Vivimos envueltos en ficciones
: libros, películas, mitos y leyendas; cuentos ―supongo que aún― a la hora de ir a dormir, remembranzas de viejos. Tenemos tal ansia de ficciones que se diría que las precisamos para vivir.


O al menos para contarnos la vida, que es como una vasta ficción ―“que toda la vida es sueño…”―, una fábula corta o larga, según se mire, y más bien aburrida, pero por la que sentimos tanto afecto. 

Las ficciones nos distraen de la realidad, aligerándola con nuestros sueños; pero a la vez nos ayudan a descifrarla. Hay una conexión recóndita entre la vida y sus evocaciones. Si lo humano se construye desde la narrativa, nuestras ficciones nos sirven para hacernos más humanos: porque llenan el mundo de personajes y significados compartidos, de lo que Jung llamaba arquetipos ―puede que el inconsciente colectivo no sea sino una gran historia que inventamos entre todos―; porque fijan el sentido del mundo y nos engarzan con él. Las historias míticas ―seguramente también las habladurías y las anécdotas, que forman una mitología de lo cotidiano― dan consistencia a la tribu: las ficciones conciben, despliegan y transmiten una metáfora de lo que nos une, eso que hemos dado en llamar cultura o simplemente humanidad.

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