martes, 16 de marzo de 2021

Antídotos del tedio

El tedio es, como dijo Baudelaire, un mal mayor.
Su facha anodina camufla a un enemigo. Puede por sí mismo ensombrecer al ser más ilusionado, confundirle en rutas sin sentido y callejones sin salida, y, en definitiva, relegar a cualquiera a la niebla y la tristeza.


Con el aburrimiento el mundo pierde su brillo y se cubre con una pátina gris que mata los colores. Algo así debe ser la depresión, esa especie de hastío desesperado. 

¿Por qué nos aburrimos? Porque nuestra mente está orientada hacia la novedad, y la monotonía la confunde. No hay nada peor para la mente que la ausencia de estímulos: cuando no los tiene, los inventa, y eso debe ser la locura. Uno puede volverse loco de aburrimiento, y por eso es conveniente que no nos falte actividad. 

Sin embargo, tal vez lo realmente sabio sea no necesitar la actividad para entretenerse. El mero hecho de estar vivo, respirar y moverse con los minutos del día, asistir al espectáculo de la existencia, rebosa como un milagro fascinante. Quien está realmente presente, en cada instante, en cada detalle, en cada brizna de hierba, no necesita buscarse estímulos: vive en un presente pleno, en el cual se deja de sentir el hambre humana de mudanzas, y cada pequeño gesto irradia autenticidad y se asienta en sí mismo.

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