viernes, 19 de marzo de 2021

Comunidad

Nuestra sociedad ha acabado resultando algo tan desmesurado, tan complejo, tan abstracto, que no es de extrañar que el individuo se sienta en ella perdido y deshumanizado. Miramos entonces con añoranza a las comunidades tradicionales, en las que cada cual podía encontrar un lugar y una identidad.


La pérdida de esas comunidades es una de las carencias que nuestra sociedad no ha sabido compensar. Un Estado (o una nación, incluso un país) es algo más bien arbitrario, fruto de historias que nos quedan demasiado lejos, pobladas de personajes y hazañas potentes pero remotos, como los mitos. Además, los Estados pertenecen a sus élites, y nos son impuestos. El Estado (o la nación) es ineludible, y por eso nos tienta llevarle la contraria. 

En la comunidad, en cambio, cobra sentido la idea de Rousseau del contrato social. La tradición que nos llega en ella es la de nuestros antepasados directos. Permanecemos en ella para sobrevivir en común, y por eso asumimos sus normas y sus códigos como propios. En ella cobra sentido el interés común, el espacio común, el compartir (ese ejercicio que hemos abandonado), el negociar, el debatir, el acordar... El individuo se expresa en todas sus facetas, sus habilidades y debilidades. La recompensa es la identidad y el sentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario