martes, 20 de abril de 2021

Desprenderse

El budismo considera el deseo puerta del dolor, y por eso recomienda el desapego.
Pero, nos insistía Spinoza, el deseo es lo que nos mueve, está en el cogollo de nuestra naturaleza. Así que, ya que no podemos evitarlo, aprendamos a vivir con él.


Hay una alegría en desear: florecemos de deseos como los cerezos en primavera. Hay también una alegría obvia en el cumplimiento de nuestros deseos, sobre todo si es un logro conquistado con ingenio y esfuerzo (si a menudo esta satisfacción dura poco no es culpa de nuestros deseos, sino de nuestra incapacidad para detenernos a disfrutar). Y, aunque la frustración sea de entrada una tristeza, deberíamos arreglárnoslas para ver lo que hay en ella de intento, pagándola a gusto como el precio del propio desear, acogiéndola como parte de la misma vida derrochada por el anhelo (puesto que es el anhelo el que la funda). Si afirmamos la vida, hagámoslo de modo consecuente: no se pueden celebrar sus fiestas sin admitir sus duelos. 

El deseo se vuelve contra nosotros solo si nos obcecamos en él. De ahí que su peligro no resida en que prenda la mecha, sino en nuestra incapacidad para dejar que se apague cuando no quede leña. Saber ganar es saber perder; saber poseer es saber desprenderse. 

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