sábado, 26 de junio de 2021

Abogados del diablo

El abogado del diablo, o promotor fidei, era un clérigo encargado
de poner a prueba la consistencia de las señales de un candidato a la santidad. El eclesiástico tenía que invertir todo su saber y toda su perspicacia en cuestionar la autenticidad del presunto beato.


Se podría ver en él un agente de la cautela, pero a mí me gusta más considerarlo un defensor de la duda. En cualquier caso, me parece una figura magnífica: hasta la creencia más firme ―e incluso cuando obedece a la fe y no a la razón― debe tener quien le lleve la contraria. 

Todos deberíamos tener a mano, y siempre, un abogado del diablo, que les planteara exigencias y les pusiera pegas a nuestras convicciones. Los científicos son todos abogados del diablo unos de otros, y en ello se basa su progreso y la solidez de su conocimiento. En los equipos de decisión de las empresas, a veces, uno de los integrantes asume ese papel. 

Para nosotros, que nos limitamos, como Montaigne, a buscar el buen vivir, sería suficiente con insistir en la duda, y con tanta más firmeza cuanto mayor sea nuestro convencimiento. No serviría como garante contra la estupidez, pero tal vez nos haría más prudentes; no certificaría la verdad, pero atenuaría tantos errores en los que caemos por precipitación o por costumbre. 

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