El doctrinario de autoayuda se precipita al condenar las preocupaciones. Desde el clásico de Dale Carnegie Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida, tan práctico y americano, las inquietudes han tenido muy mala prensa, y todas las propuestas se han centrado en cómo librarse a toda costa de ellas.
Sin embargo, no se me ocurre cómo podríamos ser humanos sin preocuparnos. Nuestra naturaleza incluye la concepción del futuro, y nuestro proyecto reclama la previsión de sus desafíos, procurando hacerlo de la manera más precisa posible. Desde el momento en que tenemos deseos y planes debemos contar con los problemas que se les opondrán: pre-ocuparnos es atenderlos antes de que sucedan y prepararnos para ellos. La pre-ocupación está en la génesis misma de la ética.
El rechazo simplista a las preocupaciones está relacionado con la cultura de lo fácil. También con la cultura de la incultura: el trabajador no debería preocuparse ―lo cual implica pensar por sí mismo y quizá protestar―, lo único que tiene que hacer es cumplir órdenes y producir. Y sentirse muy feliz haciéndolo.
Es cierto que hay quien se agita demasiado, es decir, mal. Quien se preocupa de la preocupación. Pero me temo que a él no le servirá de mucho la autoayuda.
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