Todos llevamos cicatrices: porque la vida duele, porque la vida hiere, y no hay otro modo de vivir. Y a veces son tantas, y tan profundas, que nos parece imposible haber llegado con ellas tan lejos.
Pero aquí estamos: algunas sanaron, aunque hayan dejado una marca indeleble que punza cuando va a llover; otras no han curado ni curarán nunca del todo, pero se puede seguir con ellas, y a veces incluso las olvidamos. «En estos días del retorno siento algo parecido a la convalecencia ―escribe Hermann Hesse―. Vuelvo a tararear el verso de una canción… Todavía vivo. Lo he superado. Lo superaré otras veces, quizá con frecuencia».
Lo superaremos muchas veces, porque estamos hechos para aguantar. Cada vez un poco más gastados, cada vez un poco más viejos, pero levantándonos aún, hasta el final. Todos somos labrados con dolores que arrastramos y que nos definen quizá más que las alegrías. Para todos, la vida es placer y pena, pero más pena, porque va contra nosotros y nos derrota y nos disminuye y nos envejece y acaba por demolernos.
Y, sin embargo, seguiremos adelante con nuestras cicatrices y con el final aguardando en el horizonte. Porque estamos hechos para la vida, para la alegría, para tararear canciones y olvidarnos de nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario