Como yo formo parte de la legión de neuróticos que se preocupan más de la cuenta, que además de inquietarse sufren por ello, voy a interesarme por algunos de esos trucos que nos propone la autoayuda y que, a veces, resulta que son eficaces. No para «suprimir» las preocupaciones, cosa que me parece tan imposible como indeseable, sino solo para atenuarlas (lo cual no es poco).
El desapego budista es el recurso por excelencia: cuanto menos importe la realización del deseo o la superación del peligro, menos se sufrirá por ellos. De hecho, a veces basta con mirar de cara aquello que nos perturba y otorgarle su justa medida, es decir, comprobar que no era para tanto. Y, en fin, como dice el refrán (más fácil de aceptar que de aplicar, y quizá un poco inhumano): «Si tu problema tiene solución, ¿por qué te preocupas? Y si no la tiene, ¿por qué te preocupas?»
Hay muchos otros malabarismos mentales que pueden aliviarnos, pero terminaré hablando de dos que me gustan especialmente, porque tienen que ver con la imaginación. Puedo llamarlos «la caja» y «el torrente». Si algo, definitivamente, no vale la pena, mejor dejar que se lo lleve el torrente. Si solo aspiramos a apartarlo para otro momento, guardémoslo en una bonita caja. ¿Ningún truco te sirvió? Siempre nos queda aguantar.
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