martes, 13 de julio de 2021

Dan ganas de creer

La creencia es entrega y dulce rendición.
Es dejar de hacer fuerza y echarse al regazo del mundo que ampara. Es sucumbir a la amable fantasía que llena todos los recovecos de esta tierra porosa.


No me extraña que tantos la prefieran. Negar es insistir, es mantener el pulso contra viento y marea. Todo en nosotros conspira para creer, para inventar razones a una sinrazón amable. Mantenerse fiel a la verdad es plantar cara solo y condenado, como los gladiadores. La verdad, que nunca está completa, que siempre nos falta por alguna parte, que apenas nos consuela. 

Dan ganas de creer, como creyeron tantos antepasados, como cree tanta gente y eso la ilumina desde dentro, igual que los candiles. La creencia huele a incienso, tiene la paz de las ermitas, el sutil resplandor de las vidrieras y el bálsamo de los cantos. El descreído se sabe sin refugio, debe exponerse al sol y al mundo a pecho descubierto y admitir cuánto le falta y cuánto ignora. Por eso su aventura es trágica y preciosa: porque no apela a nada más que a sí misma, se sostiene como puede aunque presienta que caerá. La verdad no huele, no abriga, no embriaga ni contiene: no hace más que fluir, alegre y recóndita, como las aguas. Prefiero morir a la intemperie, pero a veces dan ganas de creer. 

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