También aquellos que no queremos merecen amor: habrá quien sepa dárselo. Que a nosotros no nos conmuevan no es prueba del defecto en su valía, sino de nuestra escasa sensibilidad. No logramos quererles, ni falta que les hace, pues no nos necesitan. Atienda cada cual su casa y su leñero.
Hay quien no nos concierne, y quien se nos impone de pronto, como la inspiración. Hay quien nos quiso y hoy nos contraría; quien empañaba la transparencia de nuestro aire y hoy le arranca fulgores a la niebla. ¡Qué inconsistentes son nuestras querencias, y qué deprisa mudan! Siempre son verdad, aunque incompleta: una verdad que fácilmente se lleva la contraria.
Las simpatías y las antipatías cambian a cada instante, y eso prueba la fragilidad de los afectos, demuestra que a cada paso volvemos a inventarlos, y cada vez nos salen diferentes, como los colores con las variaciones de la luz. Si algunos se consolidan es porque nosotros los sostenemos con nuestro voto o nuestra persistencia. Y lo mismo da el despecho que la sonrisa: ambos escrutan al otro y le abren un lugar en nuestra alma. ¿Diremos que no nos importa? Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Tal vez solo exista el amor, y lo demás sean extraños envoltorios.
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