miércoles, 1 de septiembre de 2021

Descansar de uno mismo

Cada cual está abandonado a sus limitaciones, a sus carencias, a sus miserias.
A las deformidades neuróticas que nos legó la niñez, que para nadie es perfecta. A los remedios de urgencia que fuimos improvisando para hacer frente a la vida, y que a menudo se nos quedaron grabados a fuego. A las ideas erróneas y a los malos hábitos.


Cada cual se desenvuelve como puede con todo eso, más lo que va llegando, que plantea inesperadas exigencias, y lo que se va perdiendo, que nos vacía y nos envejece. 

Si solo nos tuviéramos a nosotros mismos naufragaríamos sin remedio en nuestro légamo personal. Por suerte, los demás nos rescatan, nos obligan a superarnos, nos apoyan con su afecto y nos espolean con su desdén. Si, como decía Sartre, los otros son un infierno, se trata del único infierno en el que puede haber vida. 

A menudo, qué duda cabe, hay que defenderse, y las relaciones pueden constituir verdaderas torturas cuando nos cruzamos con torturadores. Pero, en general, la gente nos reconforta, nos protege y a veces hasta nos salva de nuestra ignorancia y nuestros fantasmas. Estar con los demás nos obliga al sano ejercicio de controlarnos y limitarnos, de descansar de lo que somos, de no serlo más de la cuenta. 

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