En cambio, la inconsistencia y la falta de autoestima son desamparos que nos dejan a merced del abuso, tanto propio como ajeno (dos caras de la misma moneda, ya que nuestros ensañamientos íntimos son cómplices de los que vienen de fuera).
Dicen los etólogos que cuando un perro no reconoce en su amo al líder de la manada, será imposible dominarlo, ya que su instinto le impulsa a tomar las riendas él. Los humanos somos parecidos, y los niños nos lo muestran con una rotundidad transparente: no hay nada que los altere más, ni que provoque más conflictos entre ellos, que la ausencia de unos límites explícitos y una autoridad que los aplique de forma amorosa y justa.
Una de las misiones del amor, por consiguiente, es la instauración del orden, y es probable que la ausencia de este haga inviable aquel. Pocas cosas son tan agradecidas y admiradas como un liderazgo constructivo: sin él no hay estabilidad, ni sosiego, ni armonía. Todo lo cual, bien entendido, empieza por uno mismo.
Me recuerda a esa máxima de Platón: donde reina el amor, no hacen falta leyes. Algo parecido escribe Salustio cuando habla de la Roma republicana, lo recito de memoria: la concordia prescinde de leyes.
ResponderEliminarSiempre me ha gustado la filosofia del Tao como arte del dominio, de la cosas y de uno mismo.
Ley del amor, ley desde el amor... Dichoso el que ama (y se ama), porque ya tiene toda la ley que necesita.
ResponderEliminarLo que dices del Tao me desorienta un poco... ¿No es, más bien, una filosofía del desprendimiento, como el budismo? ¿Te refieres al dominio de uno mismo desde la renuncia al propio dominio, al venerable modo de los estoicos? No estoy seguro de entenderte bien...