La grandeza de la propuesta estoica es que, poniéndose en lo peor, jamás desiste de la entereza, sino que anima a encarar los aprietos tal como vienen y sin rechistar, concentrando nuestras fuerzas en la travesía, en lugar de derrocharlas en nostalgias, protestas, lamentos y otras literaturas.
Cuando la vida viene a buscarnos con tambores de guerra, lo que urge es calzarse la armadura y empuñar la espada (o mandar emisarios, lo cual es otro tipo de defensa). Los soldados antiguos no preguntaban por qué había un enemigo a las puertas: sabían que de vez en cuando tocaba luchar; para eso se habían preparado, y eso hacían cuando había que hacerlo. No solo eran realistas: también eran prudentes y valerosos.
Pero no abusemos de metáforas bélicas. Nuestra vocación es la paz. La mayor parte del esfuerzo debería invertirse en prevenir, seducir, negociar, favorecer un buen entendimiento. Promover la ternura y la protección, el amor y la armonía, la serenidad y el disfrute. Lo que pasa es que a veces, quizás a menudo, llegarán, inevitablemente, la dureza y la amargura, la amenaza y el peligro, la pérdida y el conflicto. Que nos encuentren dispuestos a las puertas de la ciudad. Y si hay que llorar, que no sea para hundirse en la autocompasión, sino para convocarse al coraje en cada lágrima.
favorecer la concordia.... noble objetivo, pero siempre con la espada al lado. Quizás no haya que dejarse arrastrar por los conceptos puros, como si fuesen cantos de sirena.
ResponderEliminarSí, por supuesto. La concordia no puede establecerse desde la debilidad. Los niños lo aprenden muy pronto.
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