sábado, 4 de diciembre de 2021

Tener razón

En disputas sobre asuntos cotidianos, ¿cómo saber quién tiene razón?
Probablemente la tienen todos: cada cual la suya. «Es que no me escuchas», dice uno. «Claro que te escucho ―replica el otro―. Solo te fijas en lo que quieres. Yo también necesito que me escuches tú». Una discusión así puede eternizarse como un partido de tenis: la bola va de un lado a otro, y nadie la recoge, porque cada cual está cerrado en su postura y no atiende a la del prójimo.


Lo que está en juego, admitámoslo, no es quién tiene razón, sino imponer el propio punto de vista, o al menos evitar que lo haga el otro. Es un pulso de poder, y solo acabará por agotamiento, con la brecha del desencuentro más honda que al empezar. 

Un ejercicio de generosidad ―y probablemente de inteligencia― sería intentar salir del círculo ampliando la perspectiva hasta encontrar un territorio común. En lugar de devolver la pelota, tomarla en la mano y aceptar lo que haya en ella de aceptable. «Lamento que tengas esa impresión, te aseguro que te escucho, procuraré mostrarlo más claramente». No hay ninguna garantía de que el otro acepte, de que no siga empeñado en ganar. Pero al menos le hemos dado una oportunidad, y nos la hemos dado nosotros. En el fondo, pocas veces importa quién tiene razón: lo que importa es el afecto.

2 comentarios:

  1. El arte de conversar... y discutir. Me acuerdo ahora de ese breve libreto de Schopenhauer sobre el arte de tener razón.

    ciertamente, la mayoría de discusiones suelen ser meras disputas de ego. Saberlo puede darte una ventaja, porque ya no te vas a preocupar por las razones, puesto que no se ponen razones sobre la mesa, sino posicionamientos. Es una guerra. Y como toda guerra su objetivo es alcanzar una paz... cuyos términos establece el más fuerte, el que tiene menos miedo a perder, el que ha ganado una posición más ventajosa, etc.

    No tener miedo a perder, incluso cediendo terreno -como los rusos-, da muchos números para ganar, es decir, para decidir los terminos de una concordia.

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  2. No tener miedo a perder, qué interesante... En efecto, el miedo a perder es una desventaja en sí mismo, puesto que es un miedo que se suma a todos los otros miedos, una debilidad intrínseca que se regala al enemigo. ¿Qué hace falta para reducir ese miedo? Autoestima, desapego, sensatez... Vale la pena profundizar en el asunto. ¡Gracias por la magnífica sugerencia!

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