Schopenhauer dio en el clavo con su idea de la Voluntad de vivir: la vida es un asunto mucho menos personal de lo que nos gustaría creer a sus criaturas, los pobres individuos que gozan y sobre todo sufren por ella. La vida es un vasto Narciso embelesado consigo mismo: las narcisistas angustias de sus circunstancias, tomadas aisladamente, le tienen sin cuidado.
Voluntad ciega del Ser que gira como las esferas, que nos alza y nos derrumba, que nos hace sentir importantes solo para que despleguemos su importancia. Kahlil Gibran tenía razón: nosotros solo somos el arco que lanza la flecha hacia un futuro que no nos pertenece; la cuerda que tañe el músico, que es el universo, y que será desechada cuando ya no suene bien.
Y, sin embargo, hemos de estar contentos: habrá valido la pena vibrar con una hermosa música, lanzar nuestro latido hacia el mañana antes de que se apague. Habrá valido la pena, incluso, esa ilusión de haber sido algo único y distinto, puesto que en cierto modo lo somos: portadores de la semilla. Podemos cumplir nuestro destino con alegría y gratitud: Voluntad de vivir traducida en nuestra minúscula voluntad. Haríamos bien, al menos, en recordar lo poco que somos cuando nos sorprendamos tomándonos demasiado a pecho.
Como comentaba en el post anterior sobre Schopenahuer, cuyo pensamiento está lleno de "verdades curiosas", sólo decir que "la voluntad de vivir" me sabe también a una de ellas.
ResponderEliminarEsta, desde mi punto de vista, tiene mucho mérito, aunque ya la hubiese insinuado Spinoza con antelación... Hoy en día tenemos una cierta noción de las fuerzas que rigen la evolución, pero en la época de Schopenhauer apenas estaban empezando a intuirlas. Hasta entonces todo lo había regido Dios en exclusiva: fue valiente empezar a pensar desde y para la pura materia. Creo que don Arturo abrió algunas puertas en esa dirección.
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