martes, 29 de marzo de 2022

Más allá de la palabra

Entre lo que decimos y lo que queremos decir se abren muchos abismos:
el del pudor, el del temor, el del interés, el de la compasión… Todos los matices que la complejidad humana le pone a la simpleza desnuda, esa contundencia casi enternecedora de los hechos.


Nuestros mensajes tienen siempre muchos más significados de los que muestran. Son como muñecas rusas: dentro de cada sentido siempre se puede adivinar otro menos manifiesto. O parecidos a esas cómodas antiguas de tantos cajones, en las que siempre nos dejamos uno por mirar. O similares a un laberinto de espejos, donde cada reflejo es a su vez imagen de la que saldrán otros. De ahí que necesitemos aprender ese alfabeto secreto de lo implícito, de lo sugerido, de lo insinuado. Ese alfabeto verdadero de las medias verdades, que a su vez son medias mentiras, porque la verdad humana también está hecha de incertidumbre. 

Escuchemos con atención reverente, con delicadeza devota. Cada palabra viene anudada a una vasta retahíla de palabras. Cada mensaje va más allá de sí mismo, y se adentra en las honduras del espíritu hasta alcanzar el corazón. Y quizá ni allí se detenga, porque en cada corazón laten muchos corazones. Más allá de la palabra siempre quedan la fuerza y el temblor. 

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