No protestó por sus heridas, no dejó de luchar, no le puso objeciones a la muerte. Optó por lo imposible con la naturalidad de quien apuesta unas monedas. Estaba acostumbrado a perder ―le faltaban un ojo, una pierna y un brazo, y por eso lo apodaban Mediohombre― y a crecerse en lo perdido.
Blas de Lezo, el bravo comandante, resistió a una armada inglesa de treinta mil hombres con solo tres mil, parapetados tras las murallas de Cartagena de Indias. Y los hizo batirse en retirada.
No todos estamos hechos de las mismas agallas, pero tal vez nos baste con las nuestras para no capitular. En ocasiones, persistir, con coraje e inteligencia, basta para vencer, o al menos para no ser vencido. La vida trata con respeto a quien se hace respetar; no necesariamente le premia ―porque la vida no aspira a ser justa―, pero sí suele responder con gentileza. Cada cual tiene su batalla, que por suerte no suele ser tan ardua ni tan peligrosa como las que afrontó Lezo, pero que al fin es la suya y en ella se juega lo que ama. «¿Qué es bueno?», plantea el Zaratustra de Nietzsche. «Ser valiente es bueno», puesto que «eleva nuestro sentimiento de poder». A veces hay que resistir por puro orgullo, si no alcanza el amor. A veces la diferencia es ante todo una cuestión de coraje.
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