viernes, 6 de mayo de 2022

Conmover

Creo que la filosofía que cuenta debe ser inexcusablemente poética.
Debe conmovernos mientras procura convencernos, porque es a través de la emoción como la idea nos ilumina y cala hondo en el ser.


Uno puede entregarse a sesudas disquisiciones por toda la eternidad, y aun así rozar apenas ese lienzo profundo en el que trepida el sentido. No se trata de desdeñar el valor de la razón, sino de impregnarlo de una profundidad candente. La mera razón no alcanza demasiado lejos, porque el ser no se alimenta de silogismos. Mil argumentos no logran disuadirnos de una decisión de la infancia, como podría ser desertar de uno mismo o desconfiar. En cambio, un solo destello de belleza o de inspiración nos hace entrever una convicción completa, nos llena de fuerzas para sujetar el timón, nos sugiere sentidos que no podríamos expresar con palabras: solo el amor nos volverá a hacer confiados. 

En definitiva, la razón que vale tiene que emocionar. En el cogito cartesiano, el pensamiento se funda a sí mismo como primera certidumbre; yo, en cambio, soy de los que creen que la convicción surge del asombro: «Siento que pienso, luego existo». La razón atiende y templa: es el instrumento; pero es la emoción la que lo tañe, y lo que su melodía hace despertar. 

4 comentarios:

  1. Interesante reflexión!!!

    a mi me parece que más que del "asombro" la idea surge como un sentimiento de victoria y satisfacción mental: lo puedo negar todo, absolutamente todo, pero entonces no puedo negar que lo niego todo ¡Toma ya!

    Me sabe, pues, a una sensación de victoria; de haber superado con éxito la dura prueba que nos plantea siempre el escepticismo más radical y peligroso y que dice: la verdad no existe.

    Por tanto, al superar este escepticismo con semejante victoria veo como en descartes emerge la ilusión y esperanza de que la ciencia (el conocimiento de la realidad) sí es factible y por tanto, el ser humano no tiene porque estar viviendo entre supersticiones, mentiras y engaños.

    En resumen: superación, victoria, ilusión, esperanza, y fe en el futuro... todo eso veo en el cogito, ergo sum. Sin embargo, lo admito, sólo es mi interpretación.

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  2. ¡Totalmente de acuerdo! Con el cogito, Descartes proponía una superación del nihilismo, precisamente, llevándolo hasta sus últimas consecuencias... El ser que lo niega todo se afirma a sí mismo, y es así como se reencuentra a través de la negación.

    Aunque los posmodernos digan que han superado el sujeto cartesiano ("El hombre ha muerto" de Foucault), estoy de acuerdo contigo en que el argumento de Descartes, por vapuleado que ande a estas alturas, sigue vigente. Pero no tanto por su validez racional como por su poder sugestivo.

    Hablas de "sensación de victoria, ilusión, esperanza, fe..." ¡La convicción se asienta en la emoción! Descartes convence porque conmueve. Como Epicuro, Séneca, Montaigne, Nietzsche... Hasta el riguroso Aristóteles identificaba la sabiduría con la conquista de una vida feliz.

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  4. ¿Y la emoción? ¿Dónde se asienta la emoción? ¿En la verdad?... Ahora me viene en mente unas palabras de Einstein, que se conmovió leyendo a Spinoza, y que si me permites las comparto:

    “La investigación científica puede reducir la superstición cuando estimula a la gente a que piense y considere las cosas en términos de causas y efectos. Es verdad que detrás todo trabajo científico de elevado nivel subyace una convicción -próxima al sentimiento religioso- de la racionalidad o inteligibilidad del mundo.

    Dentro de esta creencia, una creencia que está unida a un profundo sentimiento de la existencia de una mente superior que se revela en el mundo que percibimos, se arraiga mi concepción de Dios. Por decirlo brevemente, yo creo en el Dios de Spinoza "panteismo". Por tanto, mi religión consistiría en la humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los siempre pocos detalles que podemos percibir con nuestra débil y limitada mente.

    Admitir que existe “Algo” que no podemos penetrar; pensar que las razones más profundas, que la belleza más radiante que nuestra mente podrá jamás alcanzar, son sólo sus fuentes de expresión más elementales; ese reconocimiento, esa emoción, nutre precisamente a la verdadera actitud religiosa. En ese sentido, yo soy profundamente religioso.

    Quien no posee el don de maravillarse ni emocionarse más le vale morir, porque vive sin poder abrir los ojos, sin entender que lo más maravilloso que podemos nunca experimentar es el “misterio”: darnos cuenta como el mundo, en el fondo, es comprensible.”

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