Admiramos a los héroes y queremos parecernos a ellos. Nos sabemos tan vulgares que tememos confundirnos en la masa, y por eso soñamos con cualidades que nos destaquen. Nos encanta que nos adoren, porque eso nos hace creernos valiosos; cada elogio hincha un poco más nuestro ego, lo recarga de sensación de poder, calma sus temibles presagios de vulnerabilidad.
No hay virtud que valga si no se tiene noción de sus límites. Un sabio silencioso es estéril; un sabio soberbio, o interesado, es patético, pues demuestra que no es sabio. Pero lo más patético es que uno, atrapado por la circunstancia, se crea más sabio de lo que es, o lidere lo que no puede. Nada más lamentable que un aprendiz que se cree maestro, o un maestro que no se atiene a sus flaquezas. «Solo sé que no sé nada», deberíamos repetirnos con Sócrates. La principal lección de la sabiduría es la modestia; y un buen antídoto contra la arrogancia, prueba mayor de estupidez.
No hagamos concesiones si alguien pretende mitificarnos: nos traicionan aun más que los que nos humillan; contra estos ya estamos prevenidos. Mantengámonos cercanos, démonos a conocer: en la proximidad se aprecian los defectos y las trivialidades. Solo se mitifica lo inaccesible, que rellenamos de fantasía.
"Sólo sé que no sé nada"... Sócrates no dijo eso, bajando del Oráculo de Delfos, por modestia. Fue su "cogito ergo sum". Su primera verdad fundamental sobre la cual poder vencer y humillar a los sofistas, esos vividores del nihilismo (del escepticismo y el relativismo).
ResponderEliminarSócrates entendió en seguida, como luego volvió a entenderlo Descartes a su manera (una forma más moderna), que frases nihilistas como "no podemos saber nada", "la verdad no existe", "todo es relativo", "todo es falso, mentira o dudoso" etc esconden una contradicción interna que las vuelve imposibles, y por tanto falsas e inaceptables.
Con lo cual, el viejo Sócrates entendió que la verdad debe de existir, aunque nadie la conozca; aunque nos sea imposible comunicarla tal cual y debamos apelar a la dialéctica o a los mitos! Porque defender que "no hay verdad" resulta absurdo e imposible, por contradictorio.
Me gusta que hayas enfatizado la máxima del abuelo ateniense. Los milenios, en lugar de desgastarla, la han cargado de fuerza. Es, como dices, una palanca fundacional de todo conocimiento. Porque señala a la verdad, en efecto, pero haciéndonos responsables de buscarla: es un conocimiento siempre por descubrir, más aún, siempre por componer. Todo lo que sabemos es una puerta a lo que nos queda por saber.
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