martes, 18 de octubre de 2022

La educación de los límites

Pocos progenitores negarán la necesidad de límites de sus hijos.
¿Por qué, entonces, se nos hace tan difícil imponérselos?


Todos sabemos que hay cosas que no pueden ser, o que no deben ser, y sin embargo nos cuesta hacérselo ver a nuestros hijos, y sobre todo atenernos a ello cuando es necesario. Si esquivamos el «no», estamos cayendo en una educación incoherente. 

¿Por qué nos cuesta tanto ejercer la autoridad, si además sabemos, lo admitamos o no, que es necesaria? Sin duda no hay una única respuesta a esta cuestión. Queremos que nuestros hijos sean felices, y entendemos el gozo que les causa la libertad, pero a veces olvidamos que no hay libertad sin normas. Nos gusta ver su contento al concederles los caprichos, pero eludimos hacerles entender que no todos los deseos pueden ser cumplidos. Desearíamos evitarles el menor sufrimiento, pero de ese modo les incapacitamos para afrontarlo cuando llegue. Soñamos con ser los mejores padres, cuando sería suficiente con ser buenos, y eso nos llena de temores y dudas. Y sobre todo esperamos que nuestros hijos nos adoren tanto como les adoramos a ellos: eso nos hace a nosotros frágiles y a ellos despóticos. Tal vez nos convenga afrontar el ser padres con algo menos de pasión y algo más de sentido común. 

2 comentarios:

  1. Hace 80 años los padres de familia no tenían estos dilemas. Es un problema progre debido a unas tendencias psicológicas, familiares y emocionales muy concretas.

    Los jóvenes, por puro instinto, suelen respetar mucho a quienes les tratan con severidad mientras menosprecian a los débiles o poco exigentes (y las mujeres, en especial, son las que muestran de forma más acentuada esta tendencia psicológica aunque ellas lo nieguen y te digan todo lo contrario).

    Ciertamente no hay que caer en el extremo de llegar a ser un Manlio Torquato, pero el joven debe percibir el instinto de dominación y seguridad para sentirse orgulloso y confiado. Muchos jóvenes que conozco te reconocen que les gusta que los traten con severidad y exigencia, porque lo ven como un reto y un respeto hacia ellos.

    De todos modos es un tema más complejo y con muchos más matices. Aun así a veces pienso que la esencia de la educación quizás se resuma con un dicho ya muy antiguo "dar una de cal y una de arena".

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    1. Este es un tema muy curioso, en el que todos (o la mayoría) sabemos y, sin embargo, todos (o la mayoría) pecamos. Supongo que, como muy bien señalas, es un signo de los tiempos; por así decirlo, lo llevamos puesto. Eso le da una dificultad añadida.

      Estoy completamente de acuerdo con la conveniencia de la severidad. Ya has visto que últimamente le doy algunas vueltas al tema en esa dirección: disciplina, rigor... Dentro de los márgenes del sentido común, por supuesto. Pero no cabe duda de que la "severidad y exigencia" de las que hablas les dan seguridad y tranquilidad, tanto a los niños como a los adolescentes. De lo contrario ni siquiera saben a qué ni a quién tienen que llevarle la contraria.

      Vale la pena que padres y educadores (y la sociedad entera, por la cuenta que le tiene) nos cuestionemos sobre este asunto.

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