La cercanía de los demás es prodigiosa y difícil. El afecto tiene sus desafíos. Nos conmina a sentar plaza y cultivarlo. Sentir afecto sucede solo: mantenerlo requiere esfuerzo y arte.
Las personas traen con ellas su propio universo de sueños, temores, heridas y proyectos. Descubrir lo mucho que tenemos en común es un gozo. Pero aparecerá lo que nos contradice, lo que nos interpela, o simplemente lo que nos molesta o no nos apetece. ¿Tendrá paciencia, el consumista líquido del siglo XXI, para afrontar esa misión de armonizar discrepancias?
Reconozcamos que no abunda. Nuestra tendencia, cuando asoman los tropiezos, es desistir y volver a rebuscar en el mercadillo de los afectos. Ya no estamos acostumbrados a que las cosas cuesten. Nuestros vínculos nacen con un sello de fragilidad, como si se nos ofrecieran con período de prueba indefinido, y la duración no implicara compromiso. Pero esa misma levedad de nuestra intención confiere al otro un valor quebradizo. Todo parece siempre amarrado con pinzas, y cuando estas saltan no nos sorprende; de hecho, lo que resulta desconcertante es que no lo hagan, y en tal caso quizá nos pueda el impulso de salir huyendo, aterrorizados ante el avance de una felicidad que nos impondría la tarea del afecto.
Para mantener una buena relación con la gente no hay que ser muy delicado ni tampoco exigente. Y la miopía ayuda mucho.
ResponderEliminarAcertadísimo. A menudo hubiese querido ser más diestro en esa miopía. Lo malo de abrir los ojos es que ya no puedes dejar de ver.
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