martes, 8 de noviembre de 2022

Mejor la lucidez

En algo hay que creer, dicen los viejos
, encogiéndose de hombros cuando les contrariamos sus devociones. Y habrá que creer, pero no en cualquier cosa. No en lo que nos digan, solo porque nos lo hayan dicho. No en lo inverosímil, por bien que nos siente.


Porque las creencias falaces tal vez nos ayuden a hacer la vida más fácil, pero no a hacerla mejor. En eso consistía la eudaimonia de Aristóteles: en hacer mejor la vida ateniéndose a la verdad, la cristalina verdad de lo correcto. Buscarla, por escaso que sea el resultado, justifica el esfuerzo filosófico. En cambio, para inventar una creencia basta con una buena dosis de angustia y algo de imaginación. Eso, cuando es sincera. 

Puestos a ser sinceros, demos un paso más y elijamos lo convincente. Aunque duela: más duele renunciar al propio criterio, andar a tientas por negarse a abrir los ojos. Creer en las almas gemelas, por ejemplo, es bonito, pero choca contra el sentido común y contra la explosión demográfica. Creer en el karma evoca una especie de justicia cósmica, pero, ¿quién la administra? Creer en energías invisibles que nos acercan o nos repelen es abusar del magnetismo: basta con las emociones. ¿La eternidad? Miedo a la muerte. ¿Dios? Miedo a la vida. Aun con miedo, mejor la lucidez.

2 comentarios:

  1. El filosofo es el amigo de la verdad. Un término entre cómico y denigrante a la vez.

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    1. Acertada apostilla, que me ha arrancado una sonrisa. Ni siquiera la verdad merece ser endiosada: los que lo hacen suelen moverse por otros intereses, o peor, ser fanáticos. Y sí que resulta cómico eso de los "amigos de la verdad", como quien dice amigos de la tortilla de patata: no hay nada más lúcido que empezar por reírse de uno mismo.

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