¿Por qué competimos? Porque lo valioso se mide por comparación. A falta de hitos objetivos, como ya nos reveló el genial psicólogo Leon Festinger, nuestra referencia son los otros. En sociedad, solo se es bueno cuando se es mejor; y si otros son mejores, nosotros somos peores. Parece demasiado rudimentario, pero en el ámbito social sigue predominando la tribu.
En el ajuste tribal, la reflexión ayuda, pero no basta. ¿Quién apacigua la frustración solo con repetirse que la mediocridad es relativa? En la obra de Pushkin Mozart y Salieri, este sufre no porque deje de ser un maestro, sino porque hay otro mejor que él: saber lo primero no le alivia lo segundo. Afortunadamente, pocas veces nos acomete un delirio como el de Salieri, pero eso no quita que nuestra vida esté trenzada de torneos decisivos y amargas decepciones. A nadie le complace ver delatada su mediocridad por la excelencia de otro. Y, sin embargo, si no compitiéramos no habría excelencia.
Yo creo que lo mejor que se puede hacer con el disgusto de percibirse mediocre es tragarlo deprisa, como una cucharada amarga, encogerse de hombros (si se puede, con humor) y centrarse en otra cosa. Siempre hay alguien mejor: si lo admitimos, tal vez podamos disfrutar de competir, incluso de ser derrotados.
La mediocridad es un concepto interesante, "el punto medio", "lo justo", lo que se ajusta a la ley, la norma o lo común. Parece ser que en la naturaleza suele darse siempre lo que se llama "distribución normal", que forma la famosa campana de Gauss. Por ejemplo en el caso de la inteligencia humana. Si cogemos un grupo humano suficientemente numeroso vemos como el 60% de los individus, aproximadamente, concentran su CI entre 80 y 120 puntos. Luego tenemos un 20% que están por debajo de esta media (personas con deficiencias cognitivas) y un 20% que están por arriba (gente de altas capacidades). Y en la medida que vayamos a los extremos, tanto para CI altos como bajos, el número de individuos que encontramos en tales parámetros cae en picado. Son los que quedan forma de la norma, ya sea por sus capacidades de genios y fueras de serie como por sus capacidades deficientes.
ResponderEliminarLo curioso es que muchas veces estos extremos comparten muchas cosas en común, incluso opiniones y maneras de ser, pero por motivos completamente distintos.
En fin, la mediocridad es lo que viene pautado por la mayoría, que establecen un punto medio, común y de ley. Lo que marcha de alguna manera de este patrón promedio es, por definición, excepcional.
"Aurea mediocritas". Inspirador que menciones la campana de Gauss. Hablábamos de la "normalidad" no hace mucho, y creo que ya aludíamos a esa oposición entre la "norma" y la excepción. Las implicaciones científicas de esa pauta central son contundentes, y sustentan el estudio cuantitativo en ciencias humanas, que no tienen más remedio que trabajar con las probabilidades.
EliminarMi intención aquí era ahondar en la lectura filosófica, y, más concretamente, ética, del fenómeno de la mediocridad, analizándolo más bien desde su sentido de contraposición a la excelencia. Nadie prefiere aquella a esta, y sin embargo (la curva de Gauss lo certifica) es la que predomina. Resulta probable que, en casi todo, seamos mediocres (es decir, no excelentes): hay que convivir con esa verdad y atenerse a ella.
Pero es interesante superponer a esta mediocridad la otra, la que indica el punto medio donde se concentra la mayoría. En muchos aspectos, esta sí que la queremos: apiñados en la masa se vive más cómodo; a las afueras del grueso de la tribu hace frío. ¿Es la aglomeración la que establece lo "normal", o es la "norma" la que atrae a la mayoría en torno a ella? Probablemente ambas cosas se influyan entre sí.
En definitiva: vivimos en tensión entre la mediocridad desdeñada y la mediocridad deseada. Y no es una mera cuestión de ambigüedad semántica, sino una sugestiva dialéctica que actúa como motor de la interacción social y de la inspiración individual.
"Mi intención aquí era ahondar en la lectura filosófica, y, más concretamente, ética, del fenómeno de la mediocridad, analizándolo más bien desde su sentido de contraposición a la excelencia." Sí, sí, lo que ocurre es que leyendo el post me ha venido eso en mente y lo he apuntado. Muchas veces me ocurre; no es para criticar ni nada, sólo que lo que escribes me da por pensar y lo suelto sin más.
ResponderEliminarDicho esto reconozco que me tiene intrigado el tema de que los extremos de una campana de gauss terminen, no pocas veces, por tocarse en muchos aspectos, aunque por razones distintas. De hecho, entre las gentes normales muchas veces cuesta discernir entre los genios, los locos y los tontos. Siempre me gustó la anécdota de Tales y su esclava.
Y sí, ser excepcional es cosa de pocos, ya sea por arriba o por abajo y la mayoría somos más o menos normales y tendemos a seguir más o menos la "norma", lo común, lo general.
Ah, por cierto, ahora recuerdo un dicho (algo vulgar) sobre los extremos entre los distintos grados de inteligencia, y como de un extremo es fácil pasar al otro:
ResponderEliminarLa inteligencia es aquella capacidad que cuando la sobrepasas la niegas, dado que "cuando te pasas de listo te vuelves gilipollas"
No dudaba que habías entendido mi enfoque sobre la mediocridad, solo intentaba subrayarlo antes de superponerlo al trasluz del que tú proponías. Ejercicio que te agradezco de veras, porque me aportó nuevas y muy sugerentes perspectivas. Tus intervenciones, te lo digo con total sinceridad, tienen la virtud de aportar matices, alternativas, facetas, contrastes que enriquecen los temas. Te aseguro que son siempre bienvenidas: como te dije alguna vez, no temo estar equivocado cuando escribo, sino hablar solo.
EliminarEn cuanto a lo de que los extremos se tocan... me apunto el tema para ahondar en él. La vida está hecha de paradojas, no recuerdo quién lo dijo: es algo que experimentamos en cada recodo del camino. Quién sabe si nuestro afán por la verdad no será una de ellas.