La alegría atrae; el lamento incomoda y, de insistir, provoca rechazo. La alegría es ligera y no suele pedir nada a los demás; va envuelta en un brillo que lo ilumina todo alrededor, y solo nos molesta cuando nos parece forzada o artificiosa, o cuando se nos dispensa con la exigencia tácita de que la devolvamos.
En cambio, la tristeza desagrada y carcome los vínculos. Al menos cuando se nos enmaraña como una liana. La queja, al parecer, fue diseñada por la evolución para expresar la vulnerabilidad y estimular la ayuda ajena. Y, en efecto, de entrada, tendemos a arropar al abatido; intentamos protegerle y animarle, somos menos exigentes y más tolerantes con él, le ofrecemos nuestro apoyo. Pero si el lamento persiste, si reclama hasta el abuso, si se encastilla en bucles sin salida, acaba por saturarnos y se impone la urgencia de eludirlo.
Una tristeza mórbida se contagia como una nube de ceniza; resulta inquietante por lo que sugiere, y molesta por lo que exige; hace que el que no la comparte se sienta culpable por estar contento, o por querer estarlo. Las personas depresivas nos arrastran a sus pozos sin fondo. Hay que amarlas sin reproche, pero entretanto conviene evitar que nos hundan: mejor flotar y, si se puede y lo aceptan, tenderles la mano.
Siempre me ha fascinado apreciar lo contagiosas que son las emociones
ResponderEliminarSí, nos sorprende a todos, porque siempre nos creemos más individuales de lo que en realidad somos. Por eso, también, nos cuesta tanto entenderlas. Pero cada día parece más claro que las emociones, y no solo en nuestra especie, surgieron y se consolidaron dentro de la vida en común: son vivencias compartidas, fenómenos sociales. La biología parece confirmarlo (por ejemplo, con el hallazgo de las neuronas espejo).
EliminarY no solo a nivel social. El tiempo o clima nos afecta emocionalmente... el otro día me pasaron un breve informe detallando una estadística: como los jueces dictaminaban sentencias favorables y no favorables a lo largo de su jornada laboral. Se destacó que los porcentages de sentencias favorables se disparan al comienzo del dia laboral y van cayendo a lo largo de la mañana hasta la hora del desayuno. Despues de descanso, vuelven a subir para caer al cabo de media hora, y luego ya caen en picado. Muy curioso.
EliminarCada vez tengo más claro que la objetividad humana es un disfraz y una ilusión
De hecho, es nuestro cerebro emocional quien toma las decisiones, y no el racional. El instinto es nuestra mejor guía, y es el que pone distancia cuando sentimos que la actitud y los mensajes depresivos de otras personas comienzan a molestarnos
ResponderEliminarNo hay motivo para sentirse culpable. Es simple supervivencia
EliminarEl neurólogo Antonio Damasio se hizo famoso con trabajos de este tipo: como pacientes con lesiones cerebrales que les impedían tener ciertas emociones se veían incapaces de tomar decisiones.
EliminarDe Nietzsche siempre me ha sorprendido el hecho que tenía razón y se avanzó decenios (por no decir siglos) a muchas cosas que poco a poco empezarán a ser evidentes para nosotros. Como esta que comentas.
¡Qué nivelazo de debate! ¡Gracias por enriquecerlo con vuestras aportaciones! El diálogo y la discusión multiplican las perspectivas y esculpen la textura de unos temas que jamás podrían zanjarse con unas pocas líneas.
ResponderEliminarLas emociones nos guían, por supuesto. Cada día la ciencia prueba más rotundamente lo que la sabiduría popular (y gigantes como Nietzsche, Schopenhauer o Spinoza) han intuido desde hace mucho. El problema de que las emociones estén de moda es que podemos convertirlas en una especie de religión. Más que endiosarlas (como hace toda la literatura de la New Age, por ejemplo), creo que lo prudente es aprender a dialogar con ellas. Sin emociones no hay decisiones, pero sin reflexión corremos el peligro de poner lo emocional al servicio de lo arbitrario, ese tufillo posmoderno del "nada está escrito y por tanto todo vale".
Otra faceta delicada de la potencia emocional es, como señala RDC, su carácter contagioso. La tristeza resulta especialmente invasiva, sobre todo cuando se hunde en los pozos de la depresión; he tenido la desgracia de vivirlo en carne propia con seres muy próximos. JGM, en ningún caso sugiero la crueldad de abandonar a un depresivo: solo aviso que, mientras se le acompaña, hay que blindar la propia fortaleza para que no nos arrastre con él (no porque lo pretenda, sino por la propia tendencia diabólica de su enfermedad). Dando un paso más, tal vez deberíamos hacer fuertes nuestras alegrías frente a las tentaciones de nuestra parte triste y quejosa. Como decía Serrat, "defender la alegría". Todo un trabajo interior que nunca está del todo acabado.
¡Queridos amigos, cómo os agradezco poder convertir en diálogo mis disquisiciones solitarias!
Totalmente de acuerdo en lo que decís.
ResponderEliminarNo se trata de adorar a las emociones como a dioses. Precisamente lo que te enseñan los buenos terapeutas emocionales es a cuestionarte continuamente. Nadie es culpable de lo que siente, pero sí es responsable de lo que hace con ello.
La razón ha de tomar parte en las decisiones o estamos perdidos. Confucio avala lo que dices al respecto, y ya señaló que: "Aprender sin reflexionar, es inútil. Reflexionar sin aprender, es peligroso".
Es que las emociones, por sí misas sólo son una palabra; más bien habría que tomarlas como sintomas fisiológicos y por tanto, vitales. Pero es un tema largo y dejo sólo la idea.
ResponderEliminarComo síntoma fisiológico, conviene recordar que una emoción molesta o dolorosa se contrarresta con otra emoción de igual intensidad y de sentido contrario. Por ahí andaba Serrat creo...
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