sábado, 4 de marzo de 2023

Pesadumbre

Hipnotizados por el espejismo de una felicidad inmaculada, huimos a toda costa de la pesadumbre.
Con ello privamos a nuestra vida de profundidad, de consistencia; en definitiva, como indica la palabra, de peso.


Somos seres volátiles que, como los vilanos, llenan de cabriolas los cielos de primavera. Hay en nosotros una vocación de altura, de ligereza. Pero también precisamos la atracción del suelo y la caída, o nos perderíamos en horizontes demasiado anchos y remotos. Hay que posarse en la tierra y dejarse cubrir por ella para germinar. Hay que hundirse en la derrota para que de ella crezca lo nuevo; hay que cansarse y dejarse caer. 
 
La pesadumbre, con su gravedad, nos regresa a la tierra. Aunque no la amemos, tal vez podamos al menos brindarle nuestra confianza. Así son los ritmos de la vida: después de una larga singladura, hay que recalar en un pequeño puerto que se parezca a un hogar. Allí podremos pasar las tardes grises mirando por la ventana, revisando nuestros recuerdos y mascando nuestras nostalgias. Lo que perdimos nos define tanto como lo que conquistamos, o incluso más: no hay deseo más fiel que el de lo que falta. Serrat lo canta con blanda melancolía: «No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí».

3 comentarios:

  1. Para volar alto hay que aprender a tirar lastre

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  2. Cuando toca volar, hay que volar. Y lo más ligero que se pueda. Pero, mal que nos pese, de vez en cuando toca descender. Hay que aprender a valorar esos regresos, y ser coherente con ellos. La vida es una cuestión de ritmos, a veces bruscos, a menudo fastidiosos: se trata de encontrar su sentido y cumplir con su tarea.

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  3. Tu comentario me inspira otra ocurrencia. Dándole la vuelta: ¿habrá ocasiones en que nos cargamos de lastre por miedo a volar?

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