sábado, 29 de abril de 2023

Los malos son los otros

La mejor manera de tener razón ―o de creer que se tiene, que para uno viene a ser lo mismo― es asegurarse de que el otro
parezca demasiado malo ―torpe, inepto, malintencionado― para poder tenerla.


Se trata, pues, de cerrar los ojos a todo lo que podría dársela, todo lo que pudiera conferirle un aspecto creíble, y jalear al máximo lo que le lleve la contraria y le desprestigie. Esa miopía no nos hará más sabios, pero nos convencerá de que nadie salvo nosotros puede estar en lo cierto. 

¿A quién le importa si realmente tengo razón? Lo que cuenta es que parezca que el otro no la tiene. Por eso, es más eficaz desprestigiar que plantear argumentos, desacreditar que sostener. «Difama, que algo queda». Es la ley de entropía de la reputación: quebrantar la de otros es siempre más fácil que armar la propia, sobre todo cuando no está claro que uno se la merezca. 

Ver solo aquello que nos conviene es el meollo de la disonancia, tendencia universal a darnos la razón. Si uno decide marcharse de un sitio, le ayudará enfatizar sus fealdades; si uno quiere separarse de alguien, mejor convencerse de que está lleno de defectos. No hay que caer en la tentación de la empatía. Las imperfecciones ajenas son una mina que, bien aprovechada, puede justificar casi cualquier cosa, y sobre todo puede justificarnos a nosotros mismos, hagamos lo que hagamos. 

2 comentarios:

  1. Fue un gran día cuando descrubrí este pequeño librito: https://www.guao.org/sites/default/files/biblioteca/El%20arte%20de%20tener%20raz%C3%B3n.pdf

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    1. ¡Schopenhauer! Comparto la devoción. Gracias por la referencia, no lo había leído en esta versión tan práctica.

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