Creo que es una de esas preguntas a las que hay que contestar con un «sí y no», que expresa tanto de verdad sincera como de incertidumbre que escurre el bulto. El universo de las emociones es demasiado complejo para sonsacarle respuestas definitivas: su química es voluble y su física tan misteriosa como la mecánica cuántica.
Empecemos por el sí. Sus grandes adalides son los budistas, que inventaron el cognitivismo: influir en las emociones cambiando las condiciones mentales. Si uno se repite que todos los seres son amables y queribles, tal vez acabe convencido de ello. Pero nada tan persuasivo como la acción. Empecinándonos en actuar desde el aprecio ―apostando por los demás, apoyándoles― es muy posible que, si no nos lo ponen demasiado difícil, acabemos por tenerles afecto. Disonancia cognitiva.
Ahora el no. Cuesta avezarse en estimar a alguien a quien no queremos ya un poco, que no nos despierta una cierta simpatía. Y, aun con las mejores intenciones, dudo que florezca un afecto tan intenso como el que nos inspira espontáneamente. Se tiende a apreciar cada vez más o cada vez menos: de nuevo la terca disonancia. Aun así, a veces la gente nos ayuda a quererla.
El afecto es como el barro al que se le da forma.
ResponderEliminarTal vez. Pero, por enriquecer el debate, permíteme proponer una interpretación alternativa: el afecto es la forma que se da al barro.
EliminarUna vez, hablando sobre una posible entrevista de trabajo, un hermano mío me dijo: "Tú puedes ser la persona más eficiente del mundo, el mejor preparado, la persona idónea para ese puesto, sin embargo, no hay nada que supere el caer bien".
ResponderEliminarY así es.
En efecto, caer bien es un poder tan elemental que desde pequeños nos esforzamos por controlar su técnica. Hay quien alcanza niveles de virtuosismo. Pero no todo puede controlarse: también tiene mucho de don y de arte, algo así como una magia o una poesía. Ahí -quiero creer que por suerte- retrocede el teatro y predomina la autenticidad.
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