Las relaciones son tan gratas como afanosas. En ellas hay que ceñirse a determinados códigos, a normas establecidas; particularmente, hay que lidiar con los roles, con los papeles que se nos reservan en esa gran obra de teatro que es la sociabilidad, y cuyo guion viene prescrito (y pre-escrito) por la cultura.
Ese carácter arduo y ruidoso de la sociabilidad es el que convierte a la soledad en descanso. Aislarse da un respiro del esfuerzo por adaptarnos a lo que se espera de nosotros, a lo que se nos impone y reclama. La soledad nos permite relajarnos de esa tensión entre nuestros deseos y las condiciones que les ponen los demás. Y de la presión de los suyos.
No es extraño que la tradición nos hable de tantos que se retiraron del mundo para buscar la paz. Como Fray Luis de León: «¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido!» Fama, oropeles, regalos, la simple convivencia, están llenos de demandas y coacciones. En este sentido, la soledad nos hace más auténticos, porque en ella no hace falta esforzarse para ser (aunque tendremos que lidiar con nuestras propias imposiciones). La identidad se forja en las comedias que interpretamos: desalojar el teatro nos brinda la oportunidad de descansar de nosotros mismos.
De vez en cuando es necesario mantener una forma de vida retirada, pero esta también cansa y es necesario volver a la sociabilidad
ResponderEliminarSí, la vida son ritmos. Pero con los años creo se va apreciando más el silencio.
Eliminar"El silencio es el grito más fuerte que existe", leí el otro día en una frase de calendario.
ResponderEliminarGenial.