Lo único insoportable en la vida es no tener nada que hacer. O, más bien: no tener nada por lo que merezca la pena hacer algo. En contra de lo que solemos creer, ni lo fácil ni el placer en crudo nos hacen felices..
Necesitamos un motivo que les dé sentido a nuestra presencia y a nuestra tarea; si lo tenemos, seremos capaces de los mayores sacrificios y sufrimientos sin apenas rechistar. De hecho ―y he aquí lo más paradójico―, en cierto modo disfrutaremos del esfuerzo y de las dificultades, son nuestro modo de honrar lo valioso.
Lo único que les pedimos a los trabajos y los días es que nos entusiasmen. Y el entusiasmo se alimenta de expectativas. El valor de las cosas está en aquello a lo que apuntan, más allá de sí mismas; o, mejor: en el destino que nosotros les atribuimos. El sentido es una cuestión de imaginación, de semántica: como dice J. A. Marina, se trata de tirar de nosotros mismos desde el futuro, como el barón de Munchhausen se sacó de un pantano tirando de su propia barba. La salvación, por tanto, no está en el qué, ni siquiera en el porqué, sino en el para qué.
La situación más placentera se nos puede convertir en un marasmo si no acusa ese tirón del porvenir. Pocas cosas perdonamos menos que el hastío.
Los niños, que son donde la vida se expresa con más vigor y frenesí, no buscan ningún motivo para vivir porque están precisamente llenos de vida. Igual, ya buscar un motivo para vivir sea un síntoma de debilidad vital, no crees?
ResponderEliminarPor supuesto. Necesitamos motivos porque ya no somos niños. ¿Recuerdas aquel pasaje de «El principito»? «Solo los niños saben lo que quieren.» Nosotros, como ya no lo sabemos, tenemos que inventarlo.
EliminarQué buenas reflexiones!!
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