Hay amistades que florecen espléndidas como los lirios, y amistades que aguardan como el campo en invierno.
Complicidades que fructificaron porque alguien insistió, o más bien resistió al aluvión de las agendas y las perezas. La tarea de la amistad es, ante todo, la de la perseverancia, como le instruye el zorro al Principito: «Cada día te podrás sentar un poco más cerca…»
Las hermanas menores del afecto son las amistades pendientes. Como las otras, nos acompañan largo tiempo, quizá toda la vida, pero lo hacen desde lejos, igual que los amores imposibles, como un presentimiento que aún no ha hallado el tiempo de cumplirse, un cariño en potencia que espera realizarse. Son ligeros vacíos que nos susurran en las horas muertas, vislumbres de perplejidad que alientan al cruzarnos con viejos conocidos. Impulsos vacilantes, amortiguados por el bullicio de los días, y que nos hacen preguntarnos por mundos alternativos: «¿Y si hubiéramos...?»
Exhala un grato aroma de melancolía, que también llena y acompaña, esa amistad que insinúa su posibilidad sin acabar de efectuarla, emisaria de un destino que no se afanó en materializarse. Es la belleza fiel de lo tenazmente perdido, como los regueros de un chaparrón que nuestros pasos desbaratan una y otra vez.
La amistad tiene mucho que ver con los intereses, necesidades y objetivos que tenga uno. Alguien obsesionado en lograr un objetivo muy raro, sin sentido para la mayoría, difícilmente tendrá muchos amigos, si es que tiene alguno.
ResponderEliminarMientras que los que no tienen muchos alicientes ni objetivos en la vida, que suelen ser muchos, fácilmente logran establecer una cierta amistad entre ellos.
¡Echaba de menos tus comentarios! Te agradezco tu tiempo y tu intervención. Al final uno se aburre de escuchar solo sus propios ecos.
EliminarSí, he estado metido en otras cosas que me han absorbido mucho, quizás demasiado...
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