El pensamiento es lo que queda después de pasar por el cedazo las mil ocurrencias que la mente dispara sin ton ni son..
El pensamiento, como cualquier actividad creativa, es empezar por dejar que nuestra parte loca campe a sus anchas para luego ponerle unas riendas y atarla en corto. Es pasear por la playa, removiendo la arena que ha traído el mar, hasta encontrar una caracola.
Algunos creen en la inspiración como en una gracia caída del cielo, un don entre innato y mágico, reservado a los elegidos. Parece ser que no, que a la inspiración hay que salir a buscarla por los páramos, hay que prepararla cuidadosamente en la tierra del jardín, para que florezca. Hay que dar muchas vueltas para conquistar el hallazgo. Hay que tachar muchas palabras estúpidas para que quede un poso de inteligencia. Es lo que Edgar A. Poe llamaba «los dolorosos borrones».
Parece ser que la genialidad es, ante todo, trabajo. El esfuerzo no garantiza el triunfo ―nunca hay garantía de nada―, pero desde luego no hay triunfo sin trabajo. En una investigación descubrieron que los mejores músicos eran los que habían ensayado más horas: concretamente diez mil horas. Nietzsche consideraba que para lograr algo valioso hacían falta diez años de labor. Diez años de dolorosos, obstinados borrones.
Así pues, el esfuerzo que cuenta es esa tarea de remodelación de lo inadecuado, y en ello consiste la ética. Si avanzamos en ser lo que hemos decidido ser, es porque somos capaces de desechar buena parte de lo que éramos: la creación se fundamenta en descartar insistentemente. Puesto que todo no es posible, hay que cultivar lo mejor: arrancar la mala hierba para que crezca la cosecha, prescindir de lo inútil para hacer sitio a lo nuevo. La propia memoria es de entrada olvido: para recordar lo relevante hay que borrar lo trivial.
La alegría es lo que queda cuando renunciamos al dolor que nos infligimos tratando de evitar el dolor. La alegría es esa brisa fresca que notamos en la cara cuando dejamos de lamentarnos y compadecernos, es decir, cuando no nos miramos tan obcecadamente el ombligo y, levantando la cabeza, optamos por decir sí.
Ah, vale!!!
ResponderEliminarCreo que ahora te entiendo mejor lo que quieres decir.... El dolor es una interpretación fisiológica que indica que no podemos asimilar algo, que necesitamos desecharlo de alguna manera. Y todo lo que no nos resulta natural suele generarnos cierto dolor o contrariedad. Nos choca y violenta.
Por ejemplo, cuando llevas tiempo si hacer ejercicio empezar a correr, duele. Y al día siguiente, las agujetas te lo recuerdan. Ahora bien, en la medida que el cuerpo entra en lo que te es ajeno y lo va digiriendo y asimilando, y crece a su costa, entonces lo vuelve algo propio y natural. Es decir, eso se va dejando de interpretar como doloroso, ajeno, violento y se va percibiendo como una fuerza nueva y propio, también como una nueva libertad de acción, y por endo, como una naturaleza nueva. Y entonces empiezas a disfrutar.
Así pues, estoy de acuerdo: lo que antes hacías con patetismo, esfuerzo y dolor, pq te chocaba, agobiaba y violentaba, con el tiempo puedes llegar a hacerlo con soltura, ligereza y alegría. Has convertido algo ajeno y artificioso en propio de ti mismo. todos los aprendizajes se fundamentan en tal proceso. Es cierto.
Por eso es tan importante pasarlo mal para aprender. Es la forma de interiorizar algo y crecer.
un saludo y buen año!
¡Genial tu reflexión, compañero! ¿Eres también del ramo de la educación? No recuerdo si ya me lo habías dicho. De tus palabras se desprende la robustez de la vivencia.
EliminarSí, sin duda, todo aprendizaje tiene una primera fase de esfuerzo y, llamémosle así, dolor (intrínseco, no infligido, tampoco vayamos a dar pie a malentendidos...). Es algo que los educadores hemos descuidado, obsesionados por hacer disfrutar a los chavales: también hay que acostumbrarles a "sufrir" (en el sentido al que te refieres de aguantar, insistir, incluso aburrirse), porque nada valioso se obtiene simplemente disfrutando. Suena a obviedad, pero hoy en día no resulta "políticamente correcto". ¡Así nos va!
De modo que suscribo plenamente tu opinión, pero déjame que te cuente algo divertido, que seguro te inspirará nuevas meditaciones. Resulta que el artículo no hablaba de eso, al menos no en primera instancia. Si lees solo los primeros párrafos (hasta "dolorosos borrones"), verás que trata del esfuerzo, sí, pero de un esfuerzo muy concreto: el de DESHACERSE de lo inútil, el de ir SELECCIONANDO lo relevante mientras se DESCARTA lo insustancial. Es ante todo una reflexión sobre la perseverancia en el ejercicio de la creatividad.
Pero al publicar el artículo cometí un error muy interesante. En los trasiegos del copia y pega, se me pasó borrar los últimos párrafos, que pertenecen al artículo anterior. Lo curioso es que, aunque se desvíen hacia el campo de la ética (de ahí la mención del «dolor»), enlazan bastante bien con lo previo. En cierto modo lo completan o lo reorientan. En cualquier caso, el conjunto, aunque tropiece un poco, no queda mal. La prueba está en que te ha inspirado ese texto tuyo tan interesante. Seguro que Freud le sacaría mucha punta a mi lapsus...
Así que he decidido no borrarlos, no corregir mi error, como una muestra de que a veces los errores resultan muy fructíferos y cobran vida propia. ¡Al menos para las mentes abiertas!
Yo también te deseo feliz (¡y fructífero!) año.
Sí, muy curioso. Me acuerdo cuando era adolescente que en el instituto invitaron a un escritor. Lo hacían una vez al mes. Y nos dijo algo que me quedó grabado: para ser un buen escrito hay que tener una virtud: no hay que ser compasivo.
ResponderEliminar¿Qué significaba eso? Que el buen escritor, aunque le duela, no titubea en eliminar partes de la obra y por tanto va seleccionando, de entre lo bueno y prometedor, lo mejor.
esa máxima la he aplicado en otros ámbitos de mi vida, pero porque ser escritor nunca ha sido un objetivo mío, aunque escriba y a veces demasiado.