martes, 14 de mayo de 2024

Cuando no estoy de humor

Que no me vengan con trucos mentales o metáforas espléndidas. Cuando no estoy de humor no quiero escuchar ni dar la razón, no quiero perdonar ni entregarme, no quiero ser feliz.

«Déjame en paz, que no me quiero salvar», canto con Víctor Manuel. No hay nada más irritante que un santurrón bendiciendo a los condenados. Prefiero a un furibundo que reniega de todo. 

Cuando no estoy de humor, lo blando me molesta. Prefiero dormir a la intemperie, en el duro suelo, clavándome las piedras. El dolor es verdad porque es lo último que queda cuando todo se ha perdido. La esperanza viene a espantarlo como un ángel indeciso. Pero no quiero creer, cuando no estoy de humor. 

Es simple: no estoy de humor, y prefiero que me dejen a solas. La amargura pide rincones retirados en los que fermentar. No quiero que la interrumpan con promesas ni consuelos. Prefiero fundirme en el paisaje, sentir cómo me desmigajo y caigo por el precipicio. Hay que hundirse para escrutar lo profundo. Nietzsche lo entendió, y por eso murió loco y solo. «Durante diez años disfrutó allí, sin cansarse, de su espíritu y de su soledad», narra sobre Zaratustra. Hay que apurar la amargura, como hizo el solitario eremita, para volver al mundo con algo hermoso que decir. Pero ni siquiera Nietzsche me aplaca cuando no estoy de humor.

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