sábado, 18 de mayo de 2024

Algo quedará

Resulta que mi abuela tenía una vena epicúrea sin yo saberlo. «Algo quedará, todo no se irá», consolaba sonriendo mis lloriqueos.

Mi abuela practicaba la filosofía rudimentaria y certera de los refranes: «El que no se conforma es porque no quiere», solía repetir encogiéndose de hombros. A veces rezongaba ―de lo contrario no habría pasado de ilusa―, pero sabía aceptar, estoica, lo inevitable: «De aquí a cien años, todos calvos». 

Creo que si frecuento la filosofía, si no me canso de ella, es porque me evoca las sentencias de mi abuela. No, no las palabras: más bien su modo de vivir, tan leal a la verdad; su ejemplo de dignidad y orgullo. Mi abuela sabía de sobras lo que era sufrir, perder, naufragar: siempre siguió adelante sin fútiles lamentos. La apuntalaba el egoísmo curtido del soldado que ha sobrevivido a mil batallas pero no olvida que podría morir en la siguiente, porque la vida siempre está en guerra: contra la pobreza, contra los desaprensivos, contra el tiempo. Y, sin embargo, no hay miedo: algo quedará. En tanto no llega la derrota, siempre queda algo por hacer. 

Mi abuela, mientras se zurcía las medias, cultivaba una simpleza zen que nadie le reconoció. «Todo no se irá»: ¿acaso hace falta más? Habría entendido a Ryokan mirando feliz el cielo por la noche, y murmurando sereno: «El ladrón se dejó la luna en la ventana».

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