sábado, 25 de mayo de 2024

Años y leguas

De entre el polvo de mis estantes rescato Años y leguas, de Gabriel Miró. A veces comparto con su heterónimo los plácidos paseos.

«Subió Sigüenza por la falda de una loma. Desde lo alto se vio solo, en medio de las espaldas de las grandes serranías». De este alicantino injustamente arrumbado en las alacenas del tiempo guardo la evocación de algunos textos plácidos y felices, como las enredaderas en los muros viejos y las tardes bochornosas incrustadas de chicharras. 

«Enfrente y hondo, el mar descolorido, de una palidez arcaica». No hay párrafo en el que el escritor no calibre la minuciosidad del detalle y, sobre todo, el aquilatamiento de las palabras. Tras sus descripciones reposa una mirada serena que contempla el mundo con amor prolijo, y que rezuma por los musgos de un lenguaje asombrosamente tupido y a la vez preciso. 

«Los bordes cortados de las colinas eran de una carne fría, casi blanca». Leyéndolo, uno se pregunta conmovido cómo es posible alcanzar tales prodigios del idioma y, al mismo tiempo, hacer gala de esa riqueza con tal naturalidad, sin asomo de presunción. Resulta que se puede vivir en la palabra como se habita en un vergel en flor. 

«El tejido de su corteza, de una piel olorosa, prieta y áspera de tomillos, aliagas y brezos, con rodales calvos de pedregal». Usted primero, Sigüenza; quedan años y leguas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario