A veces las cosas se tuercen, y un desbarajuste nos lleva a otro y nos complicamos la vida solo porque no supimos enderezarla desde el principio.
El grueso de nuestros problemas triviales ―y la mayoría lo son― se deben a no haber puesto las cosas en su sitio cuando era el momento. Nos ahorraríamos una buena porción de complicaciones, disgustos y tiempo si permaneciéramos atentos y si procurásemos recolocar cuanto antes lo que se descoloca. A esto se le llama diligencia, y es la virtud opuesta a la pereza.
Tener claras las prioridades; tomar la iniciativa, en lugar de esperar a los sucesos para darles respuesta; meditar las consecuencias antes de actuar; planear los pasos de la jornada; reservar para cada esfuerzo la energía que merece, ni más ni menos; prever lo necesario antes de crear la necesidad… Todo eso es valioso, primero y ante todo porque nos hace la vida más fácil y nos evita derrochar las fuerzas; y segundo, porque es la única manera de conseguir lo que queremos. El orden y la planificación nos hacen eficientes y eficaces, y simplifican nuestros quehaceres, o sea, nos hacen la vida mejor. Aunque solo fuera por esto último, valdrían la pena. «Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio», dice el refrán, y habría que empezar por preguntarse si nosotros estamos en nuestro sitio…
Si sabes hacerte un sitio, siempre estarás en tu sitio ;)
ResponderEliminarExacto, a eso me refiero. Hacerse el sitio antes de que él nos haga... o nos deshaga.
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