martes, 11 de junio de 2024

Cuando se llega a una edad

Cuando se llega a una edad, uno no está ya para ciertas bullas, los juegos con los que damos emoción a la vida.
Queda poco tiempo, y eso lo marca todo. Hay que apurar la copa con los tragos que valen la pena: el amor, el arte, la meditación, una arboleda junto al río.

Uno tiene ya cansados el esqueleto y el ánimo. El hermoso trasiego del mundo debe ir quedando para los que lo disfrutarán y lo sufrirán, y tienen tiempo y humor para gestas y estragos. Hay que ir pasando el testigo como nos lo pasaron. Hay que ir delegando goces que ya no nos corresponden y sinsabores para los que ya no tenemos cuerpo ni ganas. 
 
Vanidad de vanidades: el Eclesiastés tenía razón, aunque solo para los que llegan a una edad. La juventud nos quería heroicos, reclamaba desperdiciar anhelos y cosechar algo hermoso. Hay que llegar fatigado a la vejez, para poder tener mucho que contar, para poner la ternura en el rastro de algún sueño. Para rendirse hay que haberse batido. ¿Rendirse? Nunca del todo: mientras seguimos vivos, nos quedan deudas con los sueños. También en la madurez hay que luchar por algo, pero desde la retaguardia, desde la discreción, desde un cierto distanciamiento que nos vaya acostumbrando a la proximidad de la ausencia. «¡Qué descansada vida…!» Hazme sitio, Fray Luis, junto a tu huerto. 

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