martes, 18 de junio de 2024

Nuestras razones

Desconfiemos de nuestras razones:
estamos hechos para ser condescendientes con ellas y puntillosos con las de los demás.

Desconfiemos, incluso, cuando nos parezcan sólidas: esa apariencia puede deberse únicamente al hecho de quedarnos más cerca. Lo nuestro, solo por serlo, cuenta con un valor añadido que fácilmente se confunde con la verdad. 

Desconfiemos de nuestras mejores razones, porque son las que nos encontrarán más desprevenidos. ¿Cuántas de nuestras convicciones sabríamos justificar? La mayoría de ellas se sostienen solo porque así lo hemos decidido, o ni eso: muchas nos han sido legadas por la costumbre y su único fundamento es el acuerdo general, o el haberlas incorporado como seña de identidad. Naciones, dogmas, tradiciones, son meros hábitos cuya fuerza procede de la inercia más que de la sensatez. 

No menos arbitrarias son nuestras ideas con respecto a los otros. Priorizan defendernos de ellos, reafirmar nuestra bondad. Reman a favor de nuestros intereses, a costa de los ajenos. Si concediéramos a los demás el beneficio de la duda, si contempláramos su parte de razón, perderíamos fuerza y tal vez les daríamos ventaja. La verdad de los otros nos debilita porque hace el mundo más complejo y relativo: por eso solemos evitarla, por eso deberíamos frecuentarla. 

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