sábado, 1 de junio de 2024

Después de la batalla

En el remitir de una temporada turbulenta, es posible que el sosiego repentino nos confine entre ruinas como una vieja herida que despierta. Deberíamos, supuestamente, sentirnos aliviados y contentos, pero el regocijo a veces sabe a poco, y nos cercan el vacío y el pesar.

¿Qué ha sucedido? Estábamos tan pendientes de la batalla, tan embebidos en la urgencia de sobrevivir, tan alerta ante el apremio, que al retirarse el enemigo nos descubrimos solos y agotados. Al final de las guerras solo se ven escombros, y parece que no pueda haber otra cosa. Al apaciguarse lo frenético redescubrimos viejas miserias que se quedaron esperando nuestra vuelta. Tras el esfuerzo siempre quedamos nosotros, la tarea de volver a ser nosotros: nuestros sueños, nuestros temores, nuestros deseos, nuestras pérdidas. 

Al final de lo peor queda lo mejor, pero lo mejor no es solo bueno. En el regreso estamos más viejos, más exhaustos, más ajados. La lucha siempre deja cristales rotos, vulnera la inocencia y consume la ilusión. Quizá queden demasiadas sombras en los ojos para volver a encandilarse con la luz del mundo. 

Y, sin embargo, hay que hacerlo; y lo haremos, si no volvimos demasiado heridos. Nos acostumbramos pronto a todo, incluso a lo bueno. Borramos deprisa, incluso lo malo. Dejemos ayudar al hábito y al olvido.

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