martes, 4 de junio de 2024

Soñar y hacer

Como tantos, yo también sueño a veces con otra suerte y otra vida.
De joven lo hacía más a menudo, porque aún esperaba muchas cosas: «Vivir en otro tiempo, de la mano del sol y del olivo, oteando los anchos horizontes y un futuro de barcos a lo lejos».

Hay que soñar, porque solo así se conocen los deseos. Y para descansar de un exceso de verdad. Pero luego hay que seguir. Los sueños son esperanzas, y la esperanza es triste e impotente, ya se ha dicho muchas veces. 

Después del sueño tiene que venir la vigilia, que queda siempre fuera de las utopías, pero que es lo único que hay. Construir algo bueno en ella, a pesar de su resistencia, es lo que vale, y requiere coraje. Adentrarse en ella ilusionado, ufano, temerario como en los viejos cuentos, y a la vez lúcido y prudente. Saber hasta dónde se puede llegar, para ir un poco más allá. Imprimir en el mundo nuestra insignificancia para inventarle nuevos significados. Desafiar el rostro impertérrito de los malos, darnos contra su muro y arrancarle alguna esquirla, precediendo a otros que abrirán la brecha. 

Otros, sí. Los sueños solitarios exhalan a menudo un aura de tristeza. Los que forjamos mano a mano, los que nos unen y nos sirven para amar, puede que acaben naufragando, pero siempre habrá valido la pena luchar juntos. 

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