miércoles, 26 de junio de 2024

Hijos pródigos

A la tribu le acucia el discordante: sea para relegarlo o para intentar ganarlo.
Al que se aleja se le menospreciará con saña, o bien se le reclamará sin tregua. 

Se celebrará con entusiasmo la debacle final o el regreso al hogar. En cambio, la persistencia del fiel forma parte de lo ordinario, lo sobreentendido, y se cobra más que se premia. La parábola del hijo pródigo tenía razón. 

La tribu, en esto, se comporta como un individuo: amamos sobre todo los deseos improbables, y ellos son, si se cumplen, los que nos hacen más felices; en cambio, pocas veces damos importancia a las alegrías cotidianas, mansas y fieles como pacíficos rumiantes. 

Siempre me dio un poco de pena el hermano del hijo pródigo, ese que había cumplido a rajatabla con las expectativas del padre, que había permanecido a su lado y había arado sus campos, y que al final asistía a los agasajos por el regreso del hijo tarambana. Llamadme envidioso, pero comprendo su indignación: «Jamás dejé de cumplir una orden tuya…» El padre aduce sus razones de padre: «Estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado». Sin embargo, ¿no merecía celebrarse también la lealtad del otro? Lo implícito tiene un valor poco aparatoso, por eso es fácil olvidarlo. En cambio, vivimos pendientes de lo que nos falta: peor para los fieles. 

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