sábado, 29 de junio de 2024

Mano de santo

Vivir es transgredir; existir es dañar.
Estamos en el mundo, y, como describe Spinoza, somos fuerzas que colisionan entre sí; en ese entrechocar hay destrucción y hay creación, igual que en la danza de Shiva.  

Ojalá estuviera en nuestra mano respirar sin dañar, acercarnos sin competir, tener sin quitar. Ojalá pudiéramos confederarnos con todo lo existente en un ecosistema de armonía y apoyo mutuo. Pero para ello tendríamos que ser santos (esto es, indiferentes) o acabados (o sea, inmutables). 

El santo lo es porque ya no busca nada, porque lo acepta todo; y, aun así, tiene que comer y respirar, y eso ya es transgredir. Pero al menos puede ser manso con las otras personas, puesto que ya no reclama nada de ellas, no precisa que le quieran ni le apoyen; puede amarlas sin esperar amor, ayudarles sin requerir ayuda, puede sufrirlas sin rencor porque ni desea ni rechaza. 

Sin embargo, hay algo que sabe a inhumano en la ecuanimidad del santo, y quizá por eso la mayoría ni lo somos ni lo seremos. Esperamos, reclamamos, competimos. Halagaremos y ofenderemos. Despertaremos adhesiones que nos complacerán, y enemistades que nos afligirán. Habrá quien no nos quiera y quien no nos perdone, y todos tendrán, a nuestro pesar, buenas razones para ello. Aceptarlo es mano de santo. 

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