miércoles, 24 de julio de 2024

Inestable autoestima

La autoestima es un don tan indispensable como frágil.
No se apoya en criterios objetivos, ni cuenta con sanción definitiva.  

En el origen dependió del amor maternal, al que debemos una convicción elemental en nuestra valía veteada a menudo de incertidumbres. Y, en cualquier caso, no basta aquel cimiento original: debe ser refrendado una y otra vez por el reconocimiento de los otros, que es siempre condicional e inestable. 

La duda siempre persiste, y tenemos que reafirmarnos sin cesar. Necesitamos ser queridos para seguir creyendo que somos queribles. Hay un fondo en nosotros que teme la refutación de ese valor elemental, el veredicto que nos descarte por «malos», y, como consecuencia, se nos considere indignos y se nos expulse de la tribu. Es más: puesto que la valía se construye en relación a los demás, estamos condenados a compararnos repetidamente, para comprobar que no nos quedamos atrás, y que, si no somos los mejores, al menos tampoco estamos entre los peores. 

Las personas de autoestima lábil son las que más sufren con esta perpetua alerta, las que aguardan compulsivamente un reconocimiento que las haga renovar su seguridad. Reclaman aplausos, no pueden permitirse el lujo de admitir sus errores y necesitan tener siempre a mano alguien a quien echarle la culpa.

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