miércoles, 28 de agosto de 2024

Modestas esperanzas

Quizá no todo en la esperanza sea tristeza,
como asevera Comte-Sponville siguiendo a Spinoza.   


Atina, es cierto, denunciando lo iluso de confiarse a la prodigalidad del tiempo: una alegría futura es una quimera, una dicha irreal y por tanto una tristeza. No hay abrigo en ese limbo para las carencias y las frustraciones presentes. El futuro es un mal aliado: incierto, borroso, mudable, imprevisible. Solo hay felicidad en esta orilla, si es que sabemos fundarla. 

Sin embargo, no siempre se trata de ser felices. A veces no tenemos otra opción que resistir, apretar los dientes y contener la respiración hasta un paso más allá. Cuando habitamos entre batallas o ruinas, apenas queda procurar no perder el equilibrio y aguardar; confiar en que habrá un día en que amaine la tempestad y se pueda poner brazos a lo nuevo. No hay garantía de que llegue esa aurora, pero, por incierta que se aventure la expectativa, evocarla templa la tentación de sucumbir. ¡Y cuántas veces es eso lo único que tenemos! 

Dickens tituló una de sus novelas Grandes esperanzas. Así son en la juventud, que lo concibe todo grande. La edad instruye en el valor de lo pequeño; a menudo la victoria es no cejar, y curtirse en la paciencia. Los proyectos ignoran su destino: las buenas esperanzas son las que nos instan a aguantar. 

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