sábado, 7 de septiembre de 2024

«Ser el mejor»

«Ser el mejor» es una vieja fantasía grandilocuente, quizá una de las más primitivas.
Hay gente que se deja la vida en el vano esfuerzo alquímico de realizarla. 

Poniéndonos freudianos, «ser el mejor» equivaldría al colmo del principio del placer, a esa omnipotencia que probablemente inundó nuestros primeros sueños. 

El principio de realidad, aprendido a trompicones al correr de la vida, suele poner en su sitio esos totalitarismos del deseo. La mayoría de la gente renuncia sin lamento a la cima, donde arrecian los vientos y se agolpa el pedregal, a cambio de un huerto en la cañada. El heroico trofeo ―tan remoto, inhóspito en el fondo― se diluye en la apacible inmediatez de lo bueno. 

¿Quién no puede ajustarse a lo bueno? El que piensa que no lo tiene o no puede tenerlo. Los que se obsesionan con ser «los mejores» lo hacen porque se presienten tan poco agraciados que nada les parece suficiente. No se han repuesto de la fantasía original, y siguen convencidos de que para ser algo hay que serlo todo. Que solo los mejores podrían presumir de haber llegado. «O César o nada», repiten estos patéticos titanes mientras se dan contra las paredes de la facticidad. Ignoran que «lo mejor» no está nunca acabado: como dice Bertrand Russell, también César soñaba con ser Alejandro, y este con Hércules, que nunca existió. 

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