martes, 8 de octubre de 2024

Tiempo libre

Los estrictos horarios cotidianos nos abruman. Mientras bailamos al son que tocan, añoramos esos paréntesis de libertad
en los que no tenemos que afrontar ningún requerimiento, cuando nos podemos arrellanar en el dulce colchón de lo ocioso.  

Sin embargo, Fromm ya avisó que pasar de la pauta a su total ausencia tiene su dificultad. La libertad nos obliga a elegir, y queremos elegir lo mejor, que nunca está del todo claro, que no nos apetece siempre. Hay quien se estresa, precisamente, cuando la ausencia de requerimientos lo deja solo. Sobre todo si el cambio es repentino. 

Los días cotidianos tienen su faceta de tiranía, pero es un despotismo previsto o previsible, y en cualquier caso ordenado. El territorio de la libertad se nos puede hacer demasiado vasto, de una amplitud angustiosa. No sabemos muy bien cómo arreglárnoslas en él. Quedamos a merced de otra tiranía mucho más vaga e implacable: la del deseo. Hay quien sabe entregarse a ella sin condiciones, quien salta sin flotador a su profundidad oceánica, y entonces la disfruta. La clave está en que tanto dé una cosa como otra, que sepamos dejar pasar la infinitud de lo posible y nos demos un chapuzón en lo real, que nunca es ideal, que siempre podría ser mejor, pero que, cuando lo amamos, nos rescata de los caprichosos deseos, siempre insatisfechos. 

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