A los espontáneos hay que agradecerles su autenticidad, siempre y cuando no les sirva de coartada para someternos a su capricho. Es bastante habitual el pretexto del «yo soy así y a quien no le guste que…» Que se fastidie, que se aguante, que se largue…
Estas personas encubren, bajo un aparente derecho (el de comportarse libremente), el avasallamiento a los que les rodean. Claro que ellos son libres, claro que los demás también lo son para marcharse, pero si no nos limitáramos mutuamente no habría manera de convivir: o pactamos una acotación respetuosa o nos peleamos y que gane el más fuerte; precisamente lo que sueñan los tiranos: imponer su libertad a costa de la de los demás.
«Yo soy así»: encantado, pero servidor no nació para aguantarte, a ver cómo hacemos espacio para ambos. Ponerse uno mismo los límites es muestra de buena voluntad y empatía, y además de inteligencia: conviene tener un cierto miramiento con los demás, si uno quiere que lo tengan con él. No obstante, decía, con una actitud benévola y moderada, la autenticidad es de agradecer, pues nos invita a responder con la nuestra. Hay quien se pasa de cauto y, además de fastidiarse a sí mismo, hace que los demás no sepan a qué atenerse. Hablar claro evita muchas confusiones. Pero con tacto, por favor, qué le voy a hacer, es que soy muy sensible.
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