sábado, 1 de febrero de 2025

¿Qué verdad?

La filosofía implica un esfuerzo de sinceridad, en especial con uno mismo.
Un esfuerzo que siempre se sabrá incompleto.  


Porque hasta el mayor adalid de la sinceridad medita desde una intención, y la intención es la brújula que orienta y el mapa que demarca nuestros pensamientos. Los mapas, mientras nos guían, perfilan también los límites de nuestro territorio. 

Busco la verdad, pero quiero que la verdad me favorezca, me dé satisfacción y me ayude. No soy imparcial, nada más lejos de mí que un observador objetivo: yo busco para saber, pero porque quiero vivir. Por eso, una vez creo saber algo, lo defenderé apasionadamente, sobre todo si atañe a los pilares que sustentan mi persistencia; tanto, que si aparece una verdad que le lleva la contraria, quizá ni siquiera la vea, o bien opte por combatirla. Porque mi principal deseo es tener razón: antes de que me la quite, la apartaré a ella. 

Por eso es más probable que dedique mis fuerzas a rebatir a los otros que a escucharles: podrían tener una razón que yo no tengo. Como mucho, le concederé al otro ―pero no a mí mismo― el beneficio de la duda. Si no puedo ganar la partida, procuraré dejarla en tablas: eso me evitará la dolorosa impresión de haber perdido. La búsqueda —sincera, siempre sincera— de la verdad tiene estas añagazas, y otras muchas. 

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